Ya
desde pequeño tuve inclinación hacia las cosas viejas. Cuando mi abuelo me
llevaba al rastro los domingos me encantaba revolver aquellos montones de
chatarra oxidada y sucia, tornillos, clavos, herramientas y tenedores y
cucharas. Mirar una por una aquellas manoseadas fotografías y entre los dos
fantasear la historia de aquellas personas que encaraban a la cámara con mirada
adusta y sombría. Me encantaban los
puestos de sellos y monedas porque mi abuelo siempre me compraba o uno u otra. Recuerdo un señor que vendía unos
extraños pitillos “cigarrillos especiales JM”. Más adelante supe que eran
sencillos porros de hachís y que ese era el motivo por el que mi abuelo tiraba
de mí cuando pasábamos por delante de JM. Eran los años de la recién recobrada
democracia y todo estaba lleno de pasquines de la CNT, del PCE, del PSP y eran
pasquines mágicos porque cada vez que nos cruzábamos con alguna mesa llena de
ellos o alguien intentaba vendernos uno, mi abuelo, a pesar de no comprar
ninguno, sonreía con una cara de satisfacción que yo no comprendí hasta unos
años más tarde.
Aquellos soportales de la plaza mayor eran
el paraíso los domingos por la mañana. Ahora el rastro está en un sitio sin
encanto y la chatarra también ha perdido el imán. Pocas cosas me sorprenden
ahora, algún libro, algún instrumento antiguo y poco más por eso cuando vi la
magnífica bañera de mármol rojo...
Es increíble la habilidad que tienen algunas
personas para determinadas cosas. Aun no sé cómo se arreglaron para mover
aquella piedra hueca que pesaría por lo menos trescientos o cuatrocientos
kilos. El caso es que me la llevaron a casa y me la dejaron en el jardín. Me
recordaba enormemente un sarcófago que vi en los museos vaticanos la primera
vez que estuve en Roma así que me puse a buscar en internet. Le saqué fotos por todos los ángulos, estudié el
veteado y el color del mármol, la forma, las curvas, incluso investigué los
sistemas de tallado.
He de reconocer que estuve entretenido unos
cuantos años. Fue un trabajo arduo y en ocasiones extenuante. Viajé por
numerosos países de Europa y Medio Oriente, me entrevisté con historiadores,
con profesores de arte, con artesanos, incluso con buscadores de tesoros.
Ahora estoy aquí sumergido en agua tibia,
fumando un cigarrillo especial JM y entremezclo los recuerdos, mi abuelo, el
mármol rojo de las canteras de Mesina, las monedas de Alfonso XII, todo cuerpo
sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al
peso de fluido desalojado, los sellos de Franco de 25 céntimos, Arquímedes en
Siracusa, las quinientas burras de Popea Sabina y su leche blanqueadora, los
tornillos herrumbrosos, el sarcófago de la mujer de Nerón, la más bella de su
época, en 1770 José Benedicto Augusto
de Austria envía a Luis XVI como regalos nupciales una serie de reliquias
históricas, Tierno Galván, Charlotte Corday, 1793 con un cuchillo recién
comprado engrandeció la figura de Marat que solo intentaba aliviar sus picores
en agua caliente, unos años después Paulina, la hermanísima del
emperador, regresa de su estancia en la Española y encuentra un regalo rojo y
brillante, la FAI, más leche de burra, ingentes cantidades de leche de burra,
olvido, misterio, Paris un 3
de julio de 1971 Pamela encuentra a Mr. Morrison muerto tras un viaje
lisérgico, otro JM, más misterio, los rumanos del rastro y ya se me va nublando
la vista, estoy muy cansado, me resisto a cerrar los ojos, sé que no los
volveré a abrir, este es mi último baño, mi abuelo me hace señas, me espera con
la mano tendida al final del túnel está acompañado por Arquímedes, por la bella
Popea, también está Paulina la promiscua y el jacobita Marat mientras Jim toca
la guitarra y canta el blues de la posada.
Demasiado tiempo sin publicar Pepe... A por otra historia. ;)
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