jueves, 5 de julio de 2012

ESCALERA 13

    En el largo recorrido que se ha convertido mi vida, no encuentro resquicios que me obliguen a volver sobre mis pasos. Tampoco nada me impulsa a seguir viviendo. Estoy harto. Solo hay una cosa insignificante que aún me anima a respirar, mi colección de libros olvidados.
    Tenía cuatro años cuando mi abuelo, que siempre me hacía cosquillas, se olvidó de mí en aquella vieja librería enfrente de la escalera 13. Yo solo conocía alguna combinación de letras pero intuí que en aquellos millones de libros, yo era muy pequeño y las estanterías muy altas, encontraría algo que me abriera los ojos. A esta conclusión llegué después de unos cuantos años porque en el episodio del olvido, a mi solo me apetecía llorar y dar patadas a aquella señora de moño elevado y labios muy rojos que me tenía cogido por la manga del abrigo sin saber que hacer conmigo.
    Cuando uno se hace mayor, en ocasiones, pierde la inocencia. Mi abuelo no se había olvidado de mí, simplemente estaba en la trastienda con la dueña de la librería y no precisamente mirando libros. Acabaron compartiendo la soledad de sus vidas y yo disfrutando de aquel enorme baúl lleno de odiseas. Todos los días, después del colegio merendaba con mi viejo abuelo y mi nueva abuela, sentado en un pequeño taburete, no me dejaban moverme hasta haber acabado el bocadillo y lavado las manos. Al principio buscaba cuentos, después aventuras, más tarde literatura seria y cuando por fin me hice cargo de la gestión del negocio solo  filosofía. Ya no me importaba merendar con los libros. Eran viejos y una mancha más no afectaba su valor ni económico ni espiritual. En esa época filosófica empezó mi declive personal, quizá por la ausencia de sol o de aire respirable o quizá por la gran cantidad de polvo o por el aislamiento, no lo se.
   Se me fue la pinza. 

martes, 3 de julio de 2012

Chuches

Es extraño el miedo que tenemos los humanos a todo lo que es diferente. Miramos con recelo a las otras razas, religiones y culturas sin saber porqué y eso que, ya desde pequeños, sabemos que las gominolas a pesar de ser de distinto color y sabor, comparten la misma bolsa, nos hacen felices y nunca, nunca se pelean.