lunes, 10 de diciembre de 2012

Tejanos azules

Su única ilusión en esta vida fue, desde pequeñita, tener una Nancy tejanos azules. Otras niñas aspiraban a ser astronautas, a casarse o incluso a fumar. Algunas consiguieron sus aspiraciones otras no, pero todas siguieron con su vida salvo nuestra  amiga. A día de hoy y ya pasado el medio siglo, esta que fue niña introvertida, es mujer adulta y no es feliz. Nota un vacío terrible en su interior y sabe con certeza que solo podría llenarlo su ansiada muñeca. Vive tan ensimismada en su problema que no conoce eBay. Pobre.




lunes, 19 de noviembre de 2012

Pupilas dilatadas, pupilas delatoras.

Pupilas dilatadas, delatoras,
emoción espesa,
babas gravídicas,
brown sugar, único…
borrando el resto.
Fugaz deleite,
esto ya no es rock’n roll.
Mis amigos del billar,
muertos, casi todos,
con un flaco cadáver desdentado.
Ana Curra golpea sexualmente
el marfil de un piano
de metacrilato,
muy viejo.
De nuevo en El Cielo
haciendo muescas en la barra
salpicada de ginebra seca,
buscando el calor del amor.
Septiembre, hace calor,
ayudo al mono a subir al autobús
y me pregunto si atacará la URSS.
La dulce Jane tiene la llave,
resistiré hasta el fin
cantando viejos blues,
escuchando a los Stones
desde un viejo Cadillac,
escupiendo a los urbanos…
Mi colección de moscas sobre un vidrio mojado,
roza el límite del bien y del mal.
Cogeré el tren de las seis y diez,
necesito un trago,
rodeado de hormigón, esquivado por mujeres
y relleno de alcohol,
agotado de esperar el fin,
prometo estarte agradecido
aunque cien gaviotas se caguen en mi alma,
aunque un blanco/ negro de Balaidos baile sobre mi tumba,
aunque la chica de ayer me hubiera negado el beso
y me hubiera robado la flor,
aunque me muerda Denis bajo la luna llena…
prometo estarte agradecido,
soy educado,
aprendí en una escuela de calor
y no, no me arrepiento,
volvería a hacerlo.
Fue mi vida, son mis recuerdos,
son tus recuerdos
¿verdad?

miércoles, 24 de octubre de 2012

Hola, me llamo Iñigo Montoya, tu rayaste mi moto, prepárate a morir

Hace años, cuando aún no peinaba canas en mi bigote, después de muchos esfuerzos conseguí reunir el dinero necesario para comprar mi primera moto “gorda”, una preciosa y brillante Dyna, la envidia del barrio. Los primeros días todo fue felicidad, la moto de mis sueños, la chica con la que soñaban todos y pasta en el bolsillo, mi curro me costaba, pero lo había conseguido.
Todo fue bien hasta que un día, un maldito hijo de su putísima madre, queriendo hacerse el gracioso, posó su bota llena de barro sobre el reluciente depósito de mi  máquina. Yo no estaba allí, gracias al destino no lo vi, de lo contrario hubiese acabado en la trena y el rayador en un nicho soleado. Mis amigos me lo describieron bien, grande con la cara muy blanca, una cicatriz en forma de rayo en la frente, tipo Harry Pettas, los brazos tatuados a rodillo, acento extranjero, probablemente inglés. Se marchó cabalgando un viejo y oxidado Shovel.
A partir de aquel día mi vida dio un giro de 180 grados, dejé de ir a trabajar, no volví a llamar a mi chica y no volví a los billares. Mi única obsesión era dar caza al hijo de puta inglés. Fui siguiendo su pista por toda Europa. Cuando conseguía alguna información, siempre llegaba demasiado tarde. Me abandoné, dormía al raso y comía lo imprescindible para seguir odiando. Al parar a preguntar, la gente me miraba con miedo y no es de extrañar ya que tenía los ojos inyectados de sangre y siempre un hilillo de baba colgándome de la boca. La chupa cada vez pesaba más, yo estaba débil, pero lo que de verdad pesaba eran los miles de cadáveres que llevaba pegados. Sus almas libres exigían una venganza, no podían haber muerto por nada. Tenía que encontrar al de la cicatriz.
Seguí durante años el reguero de aceite que iba dejando al pasar y, he de reconocer que después de tantos kilómetros, acabé cogiéndole un poco de cariño a mí adelantado compañero de viaje.
Todo era ya pura rutina hasta que un día miré hacia atrás y me di cuenta de que mí querida Dyna también perdía aceite, los cromados habían dejado de brillar, era vieja y estaba oxidada. Después me miré yo en el espejo de una gasolinera y aunque no perdía aceite como ella, también estaba oxidado, con el pelo mucho más blanco. Había envejecido persiguiendo una quimera.
Una tarde de verano, calurosa y seca, carretera comarcal, las visiones de agua en el horizonte, la garganta seca y un club de carretera anunciado con neones color de rosa. Cerveza y chicas fáciles, ¿a qué más puedo aspirar en mi estado? Intermitente a la derecha, aparcamiento vacío, pulsaciones disparadas, sangre bombeada con violencia. Estaba allí, la vieja del shovel, estaba allí, babeando. Mentalízate, has llegado a tu meta, no des marcha atrás. Entro en el local, un vistazo rápido, algunas chicas jugando en las tragaperras y un solo cliente en la barra, solo, grande, con una cerveza en la mano y un rayo en la frente. Me siento a su lado y me saluda con un movimiento de cabeza. Tiene la cara triste, está llorando, por la pinta lleva llorando muchos años. Habla conmigo se ve que tiene necesidad de desahogar sus penas. Yo no le escucho pero me doy cuenta de
que no tiene acento inglés. Es de un pueblo de Guadalajara. Me da pena pero intento pensar en el rayonazo que le hizo a mi moto y no me acuerdo de cómo era. Pienso en decirle la frase que tengo en la cabeza desde hace tanto tiempo, pero el tipo sigue llorando y pienso en todos los años que llevo viviendo la vida libre, pienso en todo de lo que me libré aquel día aciago del rayón. Todo fue gracias a un tío de Guadalajara que se sentó en mi moto para comprobar si el manillar recto era cómodo y que al posarse y sin darse cuenta rayó el depósito. Y después de tanto pensar miro fijamente a sus ojos y le digo:
- Hola, me llamo Iñigo Montoya, tu rayaste mi moto, hoy la juerga, la pagas tú.


jueves, 11 de octubre de 2012

Cálculo

Tenía la mirada perdida en el infinito, o al menos lo parecía, en realidad estaba ensimismado en las 209 gotas de lluvia que se habían quedado pegadas al cristal.

martes, 2 de octubre de 2012

Arena púrpura en el desierto de los deseos

      Estado de euforia permanente,
sobredosis de setas y alcohol,
es lo único que te queda
borracho por naturaleza.

      Darías lo que fuera por vivir
en estado de orgasmo profundo,
crápula sexual
mente preñada de ocultos deseos.

      Un movimiento maquinal
te impulsa cada mañana
a seguir viviendo
escupiendo sobre mi tumba.


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Los soportales

El jilguero de máscara roja trinaba en la jaula. La sombra de los barrotes mecida por la brisa del atardecer, reflejaba un extraño efecto en la pared del soportal. En verano, el tío Gervasio siempre sacaba por las tardes a su querido pajarito. Los niños del barrio le silbaban y le hacían gansadas de la que iban a comprar gominolas o flashes helados. Otra fuente de ingresos importante para el kiosco eran las pipas. Las había con sal, sin sal y de calabaza. Nada de las guarrerías que hay ahora, barbacoa, tex mex, sabores de la India… La vida era entonces mucho más sencilla. El bonito en lata podía ser en aceite o en escabeche. Hoy puede ser en aceite vegetal, de oliva, de oliva virgen, al natural, marroquí, chileno e incluso chino. Dicen que también lo hay nacional.
En los soportales había varios negocios, el kiosco de Tiquio donde igual comprabas una cuerda de saltar, un periódico con su gordo dominical, una palmera o una cajetilla de Craven A. Pegada estaba la mercería de doña Rosa que decoraba el pequeño escaparate con enormes sujetadores y fajas de color carne. También pantys de lycra y un cartel que informaba con letra cuidadosa: “Se cogen puntos”. Doña Rosa era una señora muy gorda que siempre olía a vainilla y se decía que era amante de don Pancracio, el cura de la parroquia de las gaviotas.
Seguido a la mercería estaba el portal número diecinueve y a continuación el negocio del tío Gervasio. Una estrecha, oscura y larga librería de lo viejo. En primavera siempre corría con un periódico doblado detrás de las pequeñas polillas voladoras. Casi nunca acertaba por eso todos los libros estaban llenos de autopistas al infierno. El tío Gervasio en realidad no tenía sobrinos de sangre pero todos los niños y niñas le llamábamos tío G. Vender no vendía mucho pero se pasaba las tardes leyendo cuentos sentado en un pequeño taburete rodeado por un enjambre de juventud que escuchaba y soñaba con dragones, espadas, bosques encantados, viajes a la luna o al centro de la tierra, enormes ballenas y leones del África. Como buen republicano huía siempre de princesas y reinos encantados. En la tele solo había dos canales y el UHF se veía fatal. Los niños vivíamos en la calle, nos manchábamos las manos y rompíamos los pantalones. Jugábamos con nuestros amigos, nos pegábamos con ellos y luego nos abrazábamos. Contacto físico directo. El wassup vino luego. Todos éramos ávidos escuchadores del tío G.
Siguiendo el soportal en dirección a la playa, había una tienda de aperos de pesca. Cañas de bambú de tres tramos, carretes ruidosos, sedales, anzuelos enormes y hasta redes. El dueño era un señor con muy malas pulgas. Tenía una pierna de madera como la de John Silver el largo y una sirena tatuada en el brazo izquierdo. Decían que la pierna se la había arrancado de un bocado un tiburón blanco en los mares del sur y que lo salvó de morir una sirena pelirroja con las tetas muy grandes. La del tatuaje. No se reía jamás.
Y detrás de los arpones el negocio estrella, la sala de juegos. Futbolines con jugadores de hierro en los que no se valía arrastrar. Los petacos modernos de a duro la partida y los viejos, un duro dos partidas. No tenían ni setas. La de baloncesto era la reina. También estaba la máquina de bolos en la que bajaba el duro rodando y dependiendo del bolo que tirara podían tocar hasta cien pesetas. La primera tragaperras para niños que no produjo ludopatía alguna. La escopeta de los patos fija en un eje disparando a un espejo y la que más ruido hacía, la de discos. Nadie sabía como se llamaba el jefe, era simplemente “Jefe”. Vendía cigarrillos sueltos y si le caías bién hasta de daba un fortuna de vez en cuando.
Pasado el portal veintiuno  estaba el SPAR donde guardaban las galletas de maría en unas latas cuadradas y vendían escobas de palo rosa que barrían solas. La señora rubia de la caja escondía los billetes verdes debajo de los cajetines de las monedas y nunca estaba despeinada. Su marido despachaba los melocotones en bolsas de papel y las cerraba con orejitas. El día de su cumpleaños nos invitaba a todos a merendar bocadillos de foie gras con Kas-Kola.
Y acabando los soportales haciendo esquina estaba la bodega de Alejandro, un señor de León que traía el vino de Rueda y de Valdevimbre en unos toneles enormes. Los abuelos estrellaban las fichas de domino contra el mármol. Los niños nos reíamos cuando cantaban el pito doble mientras los padres se emborrachaban al salir del astillero. Los domingos había mejillones y calamares fritos y Kas de naranja y patatas aceitosas y aceitunas y zapatos nuevos que apretaban y hacían daño.
De todo eso, hoy solo quedan los portales diecinueve y veintiuno y un disco bar caribeño en el que todos los fines de semana hay puñaladas.
Añoro al jilguero de máscara roja.


martes, 18 de septiembre de 2012

La niña y el negro Antón

Sentada en la apolillada mecedora heredada de su madre, perdida en sabe dios que pensamientos, la vieja recorría con su ávida mirada todos los rincones de la siniestra habitación. La luz del atardecer, que entraba por la pequeña ventana enrejada, producía un vaivén de sombras que conformaban el único mobiliario del cuarto.
Hace tiempo que se encontraba desorientada, pero estaba segura de no haber estado nunca allí, no recordaba el olor del aire, ni el color de la luz pero su silla era la suya, sus manos también. Alguien comenzó a peinar su pelo. Giró un poco la cabeza y vio a su madre, estaba guapísima, muy joven, con aquel vestido azul que tanto le gustaba cuando era niña. Un amigo de su madre se lo había  traído de Cuba, el negro Antón le llamaban las vecinas al mismo tiempo que decían cosas horribles de su mamá. Nunca comprendió porqué aquellas mujeres despreciaban e insultaban a su madre, para ella era la mejor madre del mundo, la más cariñosa. ¿Jugamos a los colores mami?, cuéntame el cuento de la grulla por favor!! No hablaba, pensaba y estaba extasiada contemplando a su madre. Algo estaba pasando, su madre había muerto hacía muchísimos años, no es posible, mamá...
     De nuevo estaba sola, su mirada perdida no encontraba nada en lo que detenerse, se acordó del día en que su madre murió. Eran muy jóvenes, ella no sabía nada de la vida, se había criado entre algodones soportando con paciencia las ausencias de la madre que siempre volvía con una manzana bañada en caramelo rojo, que rica la manzana!!...
      Sintió un escalofrío, entre las sombras de los barrotes surgió el hombre malo, llevaba el mismo traje de rayas que poblaba sus más oscuras pesadillas desde que era niña. El brillo de la cadena del reloj era terrorífico, el sombrero hongo también y el bigote enroscado hacia arriba... quería gritar pero no le salía sonido alguno, se le acercaba con los brazos extendidos y aquel gesto babeante. Seré una niña buena, haré lo que me pida.... Cerró los ojos y de repente, como si de magia se tratara, sintió un aire fresco en su cara, la vieja estaba en el zoo. La primera vez que fue a ver a los animales la llevaron su madre y el negro Antón, la gente miraba más al amigo de su madre que a los enjaulados, ella no comprendía el motivo, hasta que una niña gritó a todo pulmón ¡¡UN NEGRO!!. Ella no sabía que Antón era negro y no comprendía porque todo el mundo le miraba. Al principio pensó que lo hacían porque era muy guapo, y porque iba vestido con aquel traje de lino blanco y con aquel sombrero de paja, pero no, lo hacían porque tenía la piel más oscura que ellos. Más tarde cuando creció comprendió porque la gente vulgar tiene tantos prejuicios a todo lo que es diferente.
      Se le acercó un avestruz y cariñosamente le acarició el pico,  se dejaba como si fuera un perrito y ella recordó la vez que el negro Antón les llevó a su casa un enorme huevo de avestruz. Estuvieron comiendo tortilla toda la semana y al final tuvieron que tirar una parte porque le empezaron a salir unos pelillos verdes y su madre dijo que eran asquerosos, pero a ella, a la niña, le parecían muy bonitos, muy suaves, eran como un bosque minúsculo. Seguro que en el vivían cantidad de gnomos y hadas.
       Comenzaron a sonar las sirenas, había que bajar al refugio pero aquella estúpida habitación no tenía puerta, la mujer empezó a sudar, ya se oían los primeros estruendos, otra vez esos malditos alemanes, ¿donde está la avestruz?, el aire olía a tierra húmeda, a pólvora y a muerte. Estaba encerrada, solo le quedaba rezar para que no le cayera ninguna bomba, pero tenía un problema, ella no sabía rezar, nadie la enseñó a rezar, su madre siempre le decía que no debía dejar que nadie pensara por ella, tienes que tomar tus propias decisiones, solo tú tienes el poder de decidir si una cosa esta bien o mal hecha, tú eres tu diosa. Ahora quisiera saber rezar, necesitaba algo a lo que agarrarse, algo que le ayudara a no afrontar a solas aquella situación a la que había llegado sin tener la más remota idea del como. Las bombas habían dejado de caer, quizás las enormes bandadas de estorninos que sobrevuelan la ciudad al atardecer se hubieran aliado para luchar en nuestro bando.
El aire vuelve a oler a desconocido, las sombras vuelven a dar miedo por lo que de ellas pueda surgir. La vieja hace años que no se levanta de la mecedora llena de agujeritos.

jueves, 5 de julio de 2012

ESCALERA 13

    En el largo recorrido que se ha convertido mi vida, no encuentro resquicios que me obliguen a volver sobre mis pasos. Tampoco nada me impulsa a seguir viviendo. Estoy harto. Solo hay una cosa insignificante que aún me anima a respirar, mi colección de libros olvidados.
    Tenía cuatro años cuando mi abuelo, que siempre me hacía cosquillas, se olvidó de mí en aquella vieja librería enfrente de la escalera 13. Yo solo conocía alguna combinación de letras pero intuí que en aquellos millones de libros, yo era muy pequeño y las estanterías muy altas, encontraría algo que me abriera los ojos. A esta conclusión llegué después de unos cuantos años porque en el episodio del olvido, a mi solo me apetecía llorar y dar patadas a aquella señora de moño elevado y labios muy rojos que me tenía cogido por la manga del abrigo sin saber que hacer conmigo.
    Cuando uno se hace mayor, en ocasiones, pierde la inocencia. Mi abuelo no se había olvidado de mí, simplemente estaba en la trastienda con la dueña de la librería y no precisamente mirando libros. Acabaron compartiendo la soledad de sus vidas y yo disfrutando de aquel enorme baúl lleno de odiseas. Todos los días, después del colegio merendaba con mi viejo abuelo y mi nueva abuela, sentado en un pequeño taburete, no me dejaban moverme hasta haber acabado el bocadillo y lavado las manos. Al principio buscaba cuentos, después aventuras, más tarde literatura seria y cuando por fin me hice cargo de la gestión del negocio solo  filosofía. Ya no me importaba merendar con los libros. Eran viejos y una mancha más no afectaba su valor ni económico ni espiritual. En esa época filosófica empezó mi declive personal, quizá por la ausencia de sol o de aire respirable o quizá por la gran cantidad de polvo o por el aislamiento, no lo se.
   Se me fue la pinza. 

martes, 3 de julio de 2012

Chuches

Es extraño el miedo que tenemos los humanos a todo lo que es diferente. Miramos con recelo a las otras razas, religiones y culturas sin saber porqué y eso que, ya desde pequeños, sabemos que las gominolas a pesar de ser de distinto color y sabor, comparten la misma bolsa, nos hacen felices y nunca, nunca se pelean.

jueves, 28 de junio de 2012

La caseta de Tob

La historia que os voy a relatar ocurrió en un instante, el aguacero había inundado la caseta del perro, la abuela salió decidida a salvarlo pero un rayo cayó en ese mismo instante en el poste de la luz en el que estaba clavado el buzón, haciendo que este se abriera y derramara sobre la improvisada piscina su contenido. Todos quedaron estupefactos al ver un catálogo de productos eróticos flotando y atónitos al ver a la abuela saltar sobre él, no obstante, siempre fue la deportista de la familia, a veces se le olvidaba lo del respirador artificial. Al saltar arrancó la manguera de oxígeno que coleteó peligrosamente procurando un fuerte latigazo en las nalgas a la tía monja provocando el más horrible de los juramentos. Esto hizo que su jefe se cabreara y lanzara un nuevo rayo sobre la casa. La pobre religiosa quedo chamuscada en el acto, parecía de cartón piedra. Gracias a sus rápidos reflejos, el señor de los helados, lanzó a la tía monja sobre la abuela a modo de flotador pero esta ya no respiraba.
Era el día libre de Toby, había ido a ver a su novia.

lunes, 18 de junio de 2012

Sueños son.


Siempre soñé con viajar al oeste, abrazar la cultura del pelo sucio y compartir fluidos con una hermosa negra caribeña. Seguro que fumando buena hierba se me oscurecería la piel y mis dudas existenciales y mis prejuicios de burgués desaparecerían en el humo. Me imaginaba un mar lleno de peces con ansia de volar y  esa montaña azul llena de imaginación y acordes de guitarra con olor a café. Claro que, una cosa es lo que nos gustaría ser y otra, lo que somos. Personalmente alcancé el más alto puesto que hubiera podido imaginar pero aquí, sentado en mi solio, los peces de este mar, no quieren volar.

sábado, 9 de junio de 2012

Ensaladera


Hace años, tuve una novia gorda que se reía de mí cada vez que calzaba mis zapatillas pronadoras. Hoy, tirado, cabreado y con el tobillo enyesado, me acordé de ella y de su enorme culo. Tenía fijación por las ensaladas y una mano milagrosa para prepararlas. Siempre les daba un toque ambarino con hojitas de diente de león. Era actriz en paro siempre esperando que la llamaran del último casting. Pensaba que había pocos papeles para actrices “rellenitas” pero no dejaba de comer pasteles. No trabajaba porque estaba gorda. Solo comía ensaladas para no estarlo pero tanto verde le producía ansiedad y hacía que navegara en el sublime mundo de relicarios, bambas, cubiletes, milhojas, acitrones y demás labores glaseadas. Se largó con un cubano moreno y cachudo que la ponía mirando a levante varias veces al día. La última vez que la vi fue en una telenovela colombiana. Parecía feliz haciendo de cocinera.

miércoles, 6 de junio de 2012

Entre garra rufas

Noto mordisquitos en el tobillo, el talón, entre las uñas... El agua tibia es agradable pero no me siento bien. El enorme turco bigotudo no deja de mirarme con grandes ojos lúbricos. Un canino de oro refulge inagotable haciendo sombra a sus hermanos políticos mientras la lengua, afilada y acuosa, lo lame y relame con tenacidad desquiciante. La mariposa tatuada en torno al pezón izquierdo parece cobrar vida con cada convulsión del pectoral mayor. Es guapo, peligroso, pero guapo. Le haré una oferta a ver si pica. Si hace unos años no hubiese sido tan holgazan no tendría que pasar tantas horas sudando.
                                                                                    
                                                                                        

lunes, 4 de junio de 2012

Triste vida, Adelina.

Una noche muy fría, Adelina se dedicaba a jugar con su vaho y pensaba en lugares lejanos. Soñaba con viajar a las pirámides de Egipto, con encontrar la piedra filosofal. Pensaba lo feliz que sería en las entrañas de la vieja China abriendo la caja de Pandora.
La brasa de su cigarrillo empezaba a desfigurar sus guantes de lycra cuando un ser impersonal y anodino le preguntó si estaba libre. Ella pensó en las diferentes acepciones que tenía la palabra libre. Pensó que no lo estaba pero contestó que sí.


domingo, 27 de mayo de 2012

El estanque


Estaba yo un día, nadando en un estanque lleno de peces viscosos que se regodeaban rozando mi cuerpo y lanzando pequeños ataques a mis partes blandas, cuando entre aguadilla y aguadilla la ví acercarse, quitarse la ropa y zambullir su blanca, casi translucida, desnudez en mi trozo de lodo. El agua se enfrió, los peces huyeron coleteando frenéticamente, el cielo perdió su brillo celeste y solo note su beso en mis labios arrancándome, con sumo placer por mi parte, todo hay que decirlo, mi último aliento.

 
                                       

sábado, 5 de mayo de 2012

Arena Roja

 

    -Hace tiempo que tenía gana de hacer esto, pisar la arena, empapar mis manos en tu pelo, volver a nuestro rincón de mar, a la roca que nos vio desnudos por primera vez.
    - Me parece que ves demasiado la televisión, hablas como si estuvieras dentro de una telenovela. Además, vivimos a tres kilómetros de la puta playa, si tantas ganas tenías de venir ¿porqué no lo hiciste?
    - ¿Sabes?, tienes un don enorme, tienes el don de romper el encanto de momentos que podrían ser maravillosos, menos mal que nos queda la raya del horizonte, donde confluyen nuestral vidas, el bien y el mar, el norte y el sur...
    -¡Para, para!, porfavor, no te dejes llevar por esa vena tuya de poeta romántico, sabes que no lo soporto. ¡Pórtate como una persona normal, porfavor!
    - No alcanzo a saber el motivo por el cual me martirizas, sabes que te quiero como a la más valiosa estrella de mi firmamento, por ti iría al mismísimo centro de la tierrra, eres mi ser, mi vida y mi aliento, te quiero por que soy mejor persona cuando estoy contigo.
    - Ya salió la vena egoista, me quieres no por lo que soy yo, sino por lo que eres tu. Me importa una mierda, que seas mejor o peor, me tienes hasta la mismísima coronilla, con tus arrebatos estás logrando que me suba la temperatura.
    - No te enfades amor, sabes que todo lo hago por ti, tu alma es la razón de mi existir, eres mi vida y mi aliento...
    - Te estás repitiendo, ¿ya has acabado tu repertorio cutre de halagos?
    - Yo se que no quieres herirme, se que en lo más hondo de tu ser mi persona ocupa un lugar importante. No me importan tus arrebatos de locura pasajera...
    -¿Locura pasajera?, pero...pero ¿Tu de que vas gilipollas?, el único que está como una cabra eres tu, y ademas te voy a decir una cosa, a partir de ya, te va a aguantar la lagarta de tu madre que para eso te parió.
    -Para el carro, sabes que mi madre es sagrada, una cosa es que te metas conmigo, sabes que lo soporto estoicamente, y otra muy diferente es que lo hagas con mi madre...
    - Tu madre es gilipollas, igual que Tu, igual que tus hermanas, tus primos y tus tias. sois una familia de gilipollas que entristecéis la vida de los que os rodean, no merecéis estar en este mundo. No mereces pisar esta arena y mucho menos mi conpañia, que te den...
    -Porfavor mi amor no te vallas, sin tus ojos no podría vivir, en elllos descubrí el sentido de la vida...
    - Por Dios, ¿es que no tienes dignidad?, estás copiando el estribillo de una canción para enternecerme, ¿ni siquiera tienes palabras propias?
    - Te quiero, sin ti no quiero vivir...
    - Sea- dijo ella y sacando un revolver del bolso descargo las seis balas en su cuerpo, al lado de la piedra que los vió desnudos por primera vez.

Gris plomo

Nubes pesadas de tarde oscura
sobre tu cara, ajada por el dolor
y las lágrimas, amenazan lluvia,
calles resbaladizas y penumbra.

Tus ojos resecos, ya no lloran,
ya no brillan,  no hablan,
solo un fútil rayo de infinita soledad
deja visos de una mirada yerma.

El papel protege fugazmente tus canas.
Venas hinchadas de icor púrpura
revelan tu dilatado camino y te recuerdan
que la meta está próxima.

Quieres llegar solo a veces.
Descansar, sin problemas,
sin agobios ni temores,
eterno estío de conciencia.

La soledad pesa más que los años,
duele más que la enfermedad,
es la madre de los llantos,
de la fatiga y la impotencia.

Se agota la savia, se acerca la partida,
aceptas con tu gesto adusto el fin
y no piensas, no sueñas,
solo esperas en paz.

BUSKAY


Un hombre moreno, con barba poblada y ojos rojos, se agarra con fuerza a la barra del autobús. Soporta los envites de la algodonada carretera pero no los dedos índice levantados de los demás viajeros. No tiene muy claro cuando tomó esta línea y mucho menos a donde se dirige. Sus vecinos están mutilados, algunos no tienen piernas, otros brazos, otros simplemente son un amasijo de carne chamuscada y huesos rotos. Mira hacia abajo y encuentra el suelo inusualmente cerca. Sus piernas no están. Está apoyado en sus costillas. No hay dolor. No hay conductor. En la carretera una señal indica de frente hacia el cielo cristiano, “Welcome” a su cielo. Un frenazo brusco, es su parada. Intenta caminar pero no puede. Se desplaza dejando tras de si un rastro de asaduras. Nota en su nuca las miradas reprobatorias y hostiles de sus compañeros de viaje. Detrás de un aparatoso atril, un hombre viejo y canoso, gordo y barbudo le suelta un discurso de bienvenida. Gracias a ti y a jóvenes como tu, impondremos nuestra realidad como verdad absoluta. Aquí tienes joven mártir tu recompensa: disfrutaras de estas espléndidas 72 hermosísimas vírgenes durante toda la eternidad. El hombre miró hacia abajo y lloró, efectivamente, toda la eternidad.

LA VIDA ES SUEÑO (2ª parte)


Es una tarde agradable, finales de junio en el mediterráneo, luz asombrosa y miles de estorninos ruidosos desfilando en formación sobre mi cabeza. El taxi que me lleva del Prat al centro de Barcelona huele a incienso. Los efectos de la globalización están invadiéndolo todo.
    Siempre que vuelvo a esta ciudad recuerdo la primera vez que vine hace más de vente años, los últimos coletazos del Sarriá y el enorme concierto de los Floyd. Entonces era un poco más inocente y mucho menos ambicioso. Mi vida era tranquila.
    Paseo de Gracia y a la vuelta de la esquina el hotel Calderón. Siempre procuro alojarme en hoteles de la misma cadena, me encantan los jaboncitos de colores, sobre todo el verde. Subo; una habitación magnífica con vistas a la larga rambla. Coloco el escaso equipaje y abro el pequeño maletín de piel de búfalo. Barajando las posibles opciones, esta noche creo que seré inspector de sanidad.
    La dirección del restaurante está apuntada en un papel arrugado, la memorizo y hago una pequeña hoguerita en el lavabo. Pongo la americana, guardo el revolver en la sobaquera y no puedo resistir la tentación de lavarme de nuevo las manos.
    Bajo en el ascensor pensando que este será mi último trabajo. Como siempre. En la calle la luz traslúcida del atardecer no puede atravesar los cristales de mis Wayfarer. Vuelvo al paseo de Gracia y pienso que ya casi nunca me pongo nervioso. Acaricio las cachas de nácar y repaso el plan.
    Aún hay pocos clientes, algún guiri de los que cenan a la hora de merendar y una larga mesa llena de señoritas disfrazadas con penes de goma por todas partes. No me quito las gafas, me da vergüenza y pido un gin tonic mientras me traen el jamoncito. Qué tontería esto de teñir la ginebra de azul.
    El vino que me recomienda el sumiller es espectacular. Dejo una copita para el postre y con el café saco mi credencial falsa de inspector. Al maître le entra un poco de canguelo, lo intenta disimular pero el bailoteo de sus rodillas y las gotas que perlan su frente le delatan. Es curioso, siempre que utilizo esta identidad aunque el lugar cumpla todas las normas, indefectiblemente se ponen nerviosos. Me guía por el establecimiento, bajamos a la bodega, el almacén, la cocina, cuartos de aseo, la oficina del jefe. Le pido un vaso de agua. Solícito me deja solo exactamente donde quiero estar.
    De nuevo en el hotel. Misión cumplida sin gastar un gramo de pólvora. La caja fuerte era una vieja Wilson que no me puso resistencia alguna. Cuando el inocente encargado llegó con la bebida me despedí dándole la enhorabuena por el local, por supuesto me invitaron a la cena. Es increíble lo que los ricos pueden pagar por una receta de Esqueixada de bacallà.
    La terraza del hotel situada en la azotea es muy agradable, pido una  ginebra. Los ojos de la camarera también son azules. Es curioso, ahora si estoy nervioso.

Bourbón Elephant


No puedo acabar el desayuno. Cuando vuelva, el tocino estará frío, los huevos helados y las vitaminas del zumo muertas. No aguanto más. Solo pensar en el viaje ya es un dolor inmenso, recorrer el pasillo, de perfil, despacito. Los pinchazos en los pies son insoportables. Parece que las venitas hinchadas van a reventar y estucar de rojo la pared. Por fin llego. Un esfuerzo más, sentarme en la diminuta taza de porcelana reforzada. Sentarse es relativamente fácil. Evacuar es sencillo. Levantarse una odisea. Llegar con el papel, trabajoso. Mirar dentro, asombroso. Lo decía mi abuela “Así come el mulo, así caga el culo”. Suelto agua. Sube el nivel. No traga. Siento humedad en mis pies descalzos y asco en mi alma. Un esfuerzo supletorio, llegar a la escobilla y embestir procurando no salpicar, arremeter con decisión, empujar, insultar, atacar, blasfemar, quebrar el utensilio, desistir del empeño y llorar. Lloro por todo, de impotencia, de vergüenza. Mi loquero dice que me falta autoestima. Yo creo que estoy en una espiral sin retorno, como una rata girando dentro de la rueda eterna. Tengo que salir a la calle. No puedo dejar que la chica vea esto. Vestirme supone un esfuerzo enorme, calzarme es impensable. Salgo al rellano en zapatillas. Tiemblo pensando que el ascensor no aguante. Claustrofobia. El ascensor tiembla creyendo que no va a aguantar. Física. Tengo que hacer un verdadero pase de contorsionista para poder entrar y apretar el botón del bajo. Magia. La puerta de la calle me espera con dientes afilados, vértigos y sudores fríos. Agorafobia. Gente desaforada, fugaz, urgente. Sociofobia. Me decido y doy el paso, a pesar de todo, soy un hombre. Hace siglos que no siento el peso del cielo sobre mi cabeza. El bazar de Chus ahora es  un chino. Menos mal que la puerta es ancha. Una mujer oriental, diminuta, me mira con ojos desorbitados. Yo miro los estrechísimos pasillos abarrotados con pavor. Aspiro una gran bocanada de aire con olor a plástico, busco a Chus pero veo a la china. Que vergüenza. Necesito una escobilla. Nada. Una escobilla de inodoro. Silencio. Una escobilla de váter. Asombro. Es increíble la china, o no sabe ni jota de español o está como una tapia. Una es-co-bi-lla, lo pronuncio despacio, con pausas y bastante alto. Hago el ademán, arriba y abajo. Parece que va a llorar, le tiemblan las comisuras de los labios. Por primera vez en mucho tiempo encaro el problema. Media vuelta a la derecha, brazos en jarras y una determinación en la mirada que solo Eastwood puede conseguir. Orden. Empezaré por el pasillo de la izquierda. Me lanzo a la batalla, cuadernos, sopas de letras, bolígrafos, carpetas. Sigo avanzando, juguetes de plástico, muñecas, camiones, metralletas. Cambio de pasillo, paños de cocina, ropa interior, alfombras de ducha. Debería de estar por aquí. Telefonillos, jaboneras, destornilladores y alicates. Murphy se ríe de mi a mandíbula batiente. Marcos para fotografías, figuritas de porcelana, unos gatos horrorosos. Cambio de pasillo. Cada vez hace más calor. Por segundos sufro más peso, si cabe, sobre mis doloridos pies. Estoy notando esa sensación de velocidad que se ve en las películas, todo a mi alrededor se difumina. El peso que soporto es enorme, apenas me deja avanzar por el ya último pasillo. Cajas de cartón, cestitos de mimbre, laca de uñas y por fin en la última y más alejada esquina del local, mi recompensa. Dos modelos diferentes pero igual de interesantes. Una metálica lisa y sencilla, sin recovecos, muy interesante para que no queden resquicios de materia. Otra de una especie de metacrilato azul, muy moderna. Una en la derecha, otra en la izquierda y sopeso. Poco a poco voy saliendo del ensimismamiento en el que me había sumido a causa de la búsqueda y empiezo a notar, muy levemente, unos toquecitos en la pantorrilla a la vez que una voz que no identifico. Miro hacia el suelo, las gotas de sudor nublan mi vista. La china está agarrada a mis pantalones hechos a mano. Gesticula con cara de mala uva. Miro a mi alrededor y observo, no sin cierto asombro, que todas las estanterías están volcadas en el suelo. Los clientes enterrados entre objetos absurdos gritan y agitan las manos. La china también. Creo que voy a coger la metálica, es más versátil. Salto por encima de una mujer embarazada y observo, de paso, su mirada sobrecogida. Piso varias cestas, me corto en el talón del pie izquierdo con el amasijo de cristales de colores. Sacudo mi pierna para que se suelte la china, de hecho se suelta, pero no se levanta. Dejo tres monedas en el mostrador y al salir miro por última vez hacia atrás. Definitivamente voy a tener que plantearme en serio el tema de la grapa.