Rayos y Centelles
Esta
es mi historia y es real, real de realidad no de realeza. Luché con la verdad
por delante defendiendo la legitimidad de un gobierno elegido por el pueblo.
Luché con otros muchos como yo que no quisieron bajar las orejas y dar el brazo
a torcer. Luchamos y perdimos quizás porque nosotros nos cobijamos bajo la
sombra de diferentes banderas y ellos, los rebeldes, a la sombra de solo una,
grande y para nada libre. Y después de perder la partida, muchos de nosotros
nos negamos a aceptar la humillación, seguimos luchando en la penumbra de la
clandestinidad, en la humedad de la montaña desnuda, con la esperanza de que
los vencedores de la otra guerra nos ayudaran. La esperanza es lo que te
mantiene vivo en algunas ocasiones, en otras no puede luchar contra la envidia
de los hombres, el resentimiento y la malquerencia. Yo tuve suerte, escapé como
pude de aquella emboscada urdida por los soplones y los “civiles”, quizás
ayudado por la enorme tormenta, los intimidantes truenos y los fúlgidos relámpagos.
Pasé muchos años escondido en un minúsculo zulo para salvar mi vida y gracias
al destino o a los años que no perdonan, no creo que ningún dios tuviera nada
que ver, después de cuarenta años humillantes, el jefe de los insurrectos murió
y con su muerte llego de nuevo un estado, no como el que teníamos, pero mejor
que el que tuvimos.
Ahora
vivo con mi familia, en mi casa y no tengo que esconderme de nadie. Ellos
siguen viviendo con sus familias, en sus casas y tampoco se esconden de nadie y
lo que es peor, sus hijos nos gobiernan votados por el pueblo. Esto nuestro,
más que una transición, fue una transacción.