domingo, 27 de mayo de 2012

El estanque


Estaba yo un día, nadando en un estanque lleno de peces viscosos que se regodeaban rozando mi cuerpo y lanzando pequeños ataques a mis partes blandas, cuando entre aguadilla y aguadilla la ví acercarse, quitarse la ropa y zambullir su blanca, casi translucida, desnudez en mi trozo de lodo. El agua se enfrió, los peces huyeron coleteando frenéticamente, el cielo perdió su brillo celeste y solo note su beso en mis labios arrancándome, con sumo placer por mi parte, todo hay que decirlo, mi último aliento.

 
                                       

sábado, 5 de mayo de 2012

Arena Roja

 

    -Hace tiempo que tenía gana de hacer esto, pisar la arena, empapar mis manos en tu pelo, volver a nuestro rincón de mar, a la roca que nos vio desnudos por primera vez.
    - Me parece que ves demasiado la televisión, hablas como si estuvieras dentro de una telenovela. Además, vivimos a tres kilómetros de la puta playa, si tantas ganas tenías de venir ¿porqué no lo hiciste?
    - ¿Sabes?, tienes un don enorme, tienes el don de romper el encanto de momentos que podrían ser maravillosos, menos mal que nos queda la raya del horizonte, donde confluyen nuestral vidas, el bien y el mar, el norte y el sur...
    -¡Para, para!, porfavor, no te dejes llevar por esa vena tuya de poeta romántico, sabes que no lo soporto. ¡Pórtate como una persona normal, porfavor!
    - No alcanzo a saber el motivo por el cual me martirizas, sabes que te quiero como a la más valiosa estrella de mi firmamento, por ti iría al mismísimo centro de la tierrra, eres mi ser, mi vida y mi aliento, te quiero por que soy mejor persona cuando estoy contigo.
    - Ya salió la vena egoista, me quieres no por lo que soy yo, sino por lo que eres tu. Me importa una mierda, que seas mejor o peor, me tienes hasta la mismísima coronilla, con tus arrebatos estás logrando que me suba la temperatura.
    - No te enfades amor, sabes que todo lo hago por ti, tu alma es la razón de mi existir, eres mi vida y mi aliento...
    - Te estás repitiendo, ¿ya has acabado tu repertorio cutre de halagos?
    - Yo se que no quieres herirme, se que en lo más hondo de tu ser mi persona ocupa un lugar importante. No me importan tus arrebatos de locura pasajera...
    -¿Locura pasajera?, pero...pero ¿Tu de que vas gilipollas?, el único que está como una cabra eres tu, y ademas te voy a decir una cosa, a partir de ya, te va a aguantar la lagarta de tu madre que para eso te parió.
    -Para el carro, sabes que mi madre es sagrada, una cosa es que te metas conmigo, sabes que lo soporto estoicamente, y otra muy diferente es que lo hagas con mi madre...
    - Tu madre es gilipollas, igual que Tu, igual que tus hermanas, tus primos y tus tias. sois una familia de gilipollas que entristecéis la vida de los que os rodean, no merecéis estar en este mundo. No mereces pisar esta arena y mucho menos mi conpañia, que te den...
    -Porfavor mi amor no te vallas, sin tus ojos no podría vivir, en elllos descubrí el sentido de la vida...
    - Por Dios, ¿es que no tienes dignidad?, estás copiando el estribillo de una canción para enternecerme, ¿ni siquiera tienes palabras propias?
    - Te quiero, sin ti no quiero vivir...
    - Sea- dijo ella y sacando un revolver del bolso descargo las seis balas en su cuerpo, al lado de la piedra que los vió desnudos por primera vez.

Gris plomo

Nubes pesadas de tarde oscura
sobre tu cara, ajada por el dolor
y las lágrimas, amenazan lluvia,
calles resbaladizas y penumbra.

Tus ojos resecos, ya no lloran,
ya no brillan,  no hablan,
solo un fútil rayo de infinita soledad
deja visos de una mirada yerma.

El papel protege fugazmente tus canas.
Venas hinchadas de icor púrpura
revelan tu dilatado camino y te recuerdan
que la meta está próxima.

Quieres llegar solo a veces.
Descansar, sin problemas,
sin agobios ni temores,
eterno estío de conciencia.

La soledad pesa más que los años,
duele más que la enfermedad,
es la madre de los llantos,
de la fatiga y la impotencia.

Se agota la savia, se acerca la partida,
aceptas con tu gesto adusto el fin
y no piensas, no sueñas,
solo esperas en paz.

BUSKAY


Un hombre moreno, con barba poblada y ojos rojos, se agarra con fuerza a la barra del autobús. Soporta los envites de la algodonada carretera pero no los dedos índice levantados de los demás viajeros. No tiene muy claro cuando tomó esta línea y mucho menos a donde se dirige. Sus vecinos están mutilados, algunos no tienen piernas, otros brazos, otros simplemente son un amasijo de carne chamuscada y huesos rotos. Mira hacia abajo y encuentra el suelo inusualmente cerca. Sus piernas no están. Está apoyado en sus costillas. No hay dolor. No hay conductor. En la carretera una señal indica de frente hacia el cielo cristiano, “Welcome” a su cielo. Un frenazo brusco, es su parada. Intenta caminar pero no puede. Se desplaza dejando tras de si un rastro de asaduras. Nota en su nuca las miradas reprobatorias y hostiles de sus compañeros de viaje. Detrás de un aparatoso atril, un hombre viejo y canoso, gordo y barbudo le suelta un discurso de bienvenida. Gracias a ti y a jóvenes como tu, impondremos nuestra realidad como verdad absoluta. Aquí tienes joven mártir tu recompensa: disfrutaras de estas espléndidas 72 hermosísimas vírgenes durante toda la eternidad. El hombre miró hacia abajo y lloró, efectivamente, toda la eternidad.

LA VIDA ES SUEÑO (2ª parte)


Es una tarde agradable, finales de junio en el mediterráneo, luz asombrosa y miles de estorninos ruidosos desfilando en formación sobre mi cabeza. El taxi que me lleva del Prat al centro de Barcelona huele a incienso. Los efectos de la globalización están invadiéndolo todo.
    Siempre que vuelvo a esta ciudad recuerdo la primera vez que vine hace más de vente años, los últimos coletazos del Sarriá y el enorme concierto de los Floyd. Entonces era un poco más inocente y mucho menos ambicioso. Mi vida era tranquila.
    Paseo de Gracia y a la vuelta de la esquina el hotel Calderón. Siempre procuro alojarme en hoteles de la misma cadena, me encantan los jaboncitos de colores, sobre todo el verde. Subo; una habitación magnífica con vistas a la larga rambla. Coloco el escaso equipaje y abro el pequeño maletín de piel de búfalo. Barajando las posibles opciones, esta noche creo que seré inspector de sanidad.
    La dirección del restaurante está apuntada en un papel arrugado, la memorizo y hago una pequeña hoguerita en el lavabo. Pongo la americana, guardo el revolver en la sobaquera y no puedo resistir la tentación de lavarme de nuevo las manos.
    Bajo en el ascensor pensando que este será mi último trabajo. Como siempre. En la calle la luz traslúcida del atardecer no puede atravesar los cristales de mis Wayfarer. Vuelvo al paseo de Gracia y pienso que ya casi nunca me pongo nervioso. Acaricio las cachas de nácar y repaso el plan.
    Aún hay pocos clientes, algún guiri de los que cenan a la hora de merendar y una larga mesa llena de señoritas disfrazadas con penes de goma por todas partes. No me quito las gafas, me da vergüenza y pido un gin tonic mientras me traen el jamoncito. Qué tontería esto de teñir la ginebra de azul.
    El vino que me recomienda el sumiller es espectacular. Dejo una copita para el postre y con el café saco mi credencial falsa de inspector. Al maître le entra un poco de canguelo, lo intenta disimular pero el bailoteo de sus rodillas y las gotas que perlan su frente le delatan. Es curioso, siempre que utilizo esta identidad aunque el lugar cumpla todas las normas, indefectiblemente se ponen nerviosos. Me guía por el establecimiento, bajamos a la bodega, el almacén, la cocina, cuartos de aseo, la oficina del jefe. Le pido un vaso de agua. Solícito me deja solo exactamente donde quiero estar.
    De nuevo en el hotel. Misión cumplida sin gastar un gramo de pólvora. La caja fuerte era una vieja Wilson que no me puso resistencia alguna. Cuando el inocente encargado llegó con la bebida me despedí dándole la enhorabuena por el local, por supuesto me invitaron a la cena. Es increíble lo que los ricos pueden pagar por una receta de Esqueixada de bacallà.
    La terraza del hotel situada en la azotea es muy agradable, pido una  ginebra. Los ojos de la camarera también son azules. Es curioso, ahora si estoy nervioso.

Bourbón Elephant


No puedo acabar el desayuno. Cuando vuelva, el tocino estará frío, los huevos helados y las vitaminas del zumo muertas. No aguanto más. Solo pensar en el viaje ya es un dolor inmenso, recorrer el pasillo, de perfil, despacito. Los pinchazos en los pies son insoportables. Parece que las venitas hinchadas van a reventar y estucar de rojo la pared. Por fin llego. Un esfuerzo más, sentarme en la diminuta taza de porcelana reforzada. Sentarse es relativamente fácil. Evacuar es sencillo. Levantarse una odisea. Llegar con el papel, trabajoso. Mirar dentro, asombroso. Lo decía mi abuela “Así come el mulo, así caga el culo”. Suelto agua. Sube el nivel. No traga. Siento humedad en mis pies descalzos y asco en mi alma. Un esfuerzo supletorio, llegar a la escobilla y embestir procurando no salpicar, arremeter con decisión, empujar, insultar, atacar, blasfemar, quebrar el utensilio, desistir del empeño y llorar. Lloro por todo, de impotencia, de vergüenza. Mi loquero dice que me falta autoestima. Yo creo que estoy en una espiral sin retorno, como una rata girando dentro de la rueda eterna. Tengo que salir a la calle. No puedo dejar que la chica vea esto. Vestirme supone un esfuerzo enorme, calzarme es impensable. Salgo al rellano en zapatillas. Tiemblo pensando que el ascensor no aguante. Claustrofobia. El ascensor tiembla creyendo que no va a aguantar. Física. Tengo que hacer un verdadero pase de contorsionista para poder entrar y apretar el botón del bajo. Magia. La puerta de la calle me espera con dientes afilados, vértigos y sudores fríos. Agorafobia. Gente desaforada, fugaz, urgente. Sociofobia. Me decido y doy el paso, a pesar de todo, soy un hombre. Hace siglos que no siento el peso del cielo sobre mi cabeza. El bazar de Chus ahora es  un chino. Menos mal que la puerta es ancha. Una mujer oriental, diminuta, me mira con ojos desorbitados. Yo miro los estrechísimos pasillos abarrotados con pavor. Aspiro una gran bocanada de aire con olor a plástico, busco a Chus pero veo a la china. Que vergüenza. Necesito una escobilla. Nada. Una escobilla de inodoro. Silencio. Una escobilla de váter. Asombro. Es increíble la china, o no sabe ni jota de español o está como una tapia. Una es-co-bi-lla, lo pronuncio despacio, con pausas y bastante alto. Hago el ademán, arriba y abajo. Parece que va a llorar, le tiemblan las comisuras de los labios. Por primera vez en mucho tiempo encaro el problema. Media vuelta a la derecha, brazos en jarras y una determinación en la mirada que solo Eastwood puede conseguir. Orden. Empezaré por el pasillo de la izquierda. Me lanzo a la batalla, cuadernos, sopas de letras, bolígrafos, carpetas. Sigo avanzando, juguetes de plástico, muñecas, camiones, metralletas. Cambio de pasillo, paños de cocina, ropa interior, alfombras de ducha. Debería de estar por aquí. Telefonillos, jaboneras, destornilladores y alicates. Murphy se ríe de mi a mandíbula batiente. Marcos para fotografías, figuritas de porcelana, unos gatos horrorosos. Cambio de pasillo. Cada vez hace más calor. Por segundos sufro más peso, si cabe, sobre mis doloridos pies. Estoy notando esa sensación de velocidad que se ve en las películas, todo a mi alrededor se difumina. El peso que soporto es enorme, apenas me deja avanzar por el ya último pasillo. Cajas de cartón, cestitos de mimbre, laca de uñas y por fin en la última y más alejada esquina del local, mi recompensa. Dos modelos diferentes pero igual de interesantes. Una metálica lisa y sencilla, sin recovecos, muy interesante para que no queden resquicios de materia. Otra de una especie de metacrilato azul, muy moderna. Una en la derecha, otra en la izquierda y sopeso. Poco a poco voy saliendo del ensimismamiento en el que me había sumido a causa de la búsqueda y empiezo a notar, muy levemente, unos toquecitos en la pantorrilla a la vez que una voz que no identifico. Miro hacia el suelo, las gotas de sudor nublan mi vista. La china está agarrada a mis pantalones hechos a mano. Gesticula con cara de mala uva. Miro a mi alrededor y observo, no sin cierto asombro, que todas las estanterías están volcadas en el suelo. Los clientes enterrados entre objetos absurdos gritan y agitan las manos. La china también. Creo que voy a coger la metálica, es más versátil. Salto por encima de una mujer embarazada y observo, de paso, su mirada sobrecogida. Piso varias cestas, me corto en el talón del pie izquierdo con el amasijo de cristales de colores. Sacudo mi pierna para que se suelte la china, de hecho se suelta, pero no se levanta. Dejo tres monedas en el mostrador y al salir miro por última vez hacia atrás. Definitivamente voy a tener que plantearme en serio el tema de la grapa.