viernes, 30 de mayo de 2014

Coyones y dinamita. Los relatos del 18

Estoy jodido, muy jodido, la puñetera pescadilla que se muerde la cola me está devorando. No veo salida de esta cloaca en que se ha convertido mi vida. Apesta. La patronal está encantada de disfrutar de esta época de mierda. La necesidad hace que los hombres y mujeres bajen sus miradas al suelo, que asientan sin estar de acuerdo, que firmen lo impensable y que se dejen sodomizar sin ningún tipo de lubricante. Es lo que hay. Lo tomas o lo dejas. Es sencillo. Humillante para unos. Brillante para otros. La verdad es que no te engaña nadie. Te lo dicen a la cara sin un ápice de rubor. Nadie se pone colorado por vergüenza, solo por rabia. Esa rabia que te tragas una vez, otra vez y otra y otra… Pero la rabia no mata al hambre, cosquillea el estómago, hierve la sangre pero no quita hambre. Tengo el lóbulo parietal lleno de rabia. Vuestra desfachatez ocupa el occipital mientras que el olor a podrido se aloja en el temporal. Todos mis lóbulos están repletos, pero al que debéis temer es al frontal. Y no solo al mío. Somos muchos millones de lóbulos frontales que vamos uniendo líneas y cuando se junten el hambre, la rabia, la vergüenza, la ignominia, el miedo y la humillación, mandaremos una orden a nuestros cojones, sonarán los saxofones, las trompetas y los trombones, encenderemos la mecha y ya no habrá vuelta atrás.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Bluelluz o Aladino y los cuarenta suaños robaos. Los relatos del 18

Bluelluz o Aladino y los cuarenta suaños robaos

    El pote taba saláu. Una escusa, solo una pa sacar el so rellumante xeniu a pasiar pola casa. Y nun yera precisamente un xeniu azul Disney, yera más bien colloráu avernu, cornín y con un rabu llargu ya peludu enllenu de pinchos furruñosos. Nun viaxaba n'alfombres damasquinaes nin siquiera del Ikea, anque si producía vientu, polvu y fumu a esgaya que facía orpinar. Y como bon xeniu, tamién tenía daqué de magu, yera capaz de correxir el color de los güeyos ensin ayuda del Photoshop, solo con afalagos.

    L’amor primaveral tiñíu de lluz azul, tornose en costume, más tarde en plomizu aburrimientu y nun momentu difícil d'establecer, n'espantu. L’esganu campó por los pasiellos y les habitaciones, los cristales llancíen, los pexes de colorinos decidieron saltar al vaciu y nun aguantar más aquella tensión que los afogaba dentro’l agua. Hamelín, el gatu Bengala, fuxó pola tronera del desván llevándo con él arañes, coroyos ya cucaraches. El silenciu fízose’l amu del espaciu y les trés almes, la del xeniu y les dos humanes, debalaben poles estancies como lo que yeren, animes en pena purgando les sos culpes, más dos tenía munches más que la otra.

    La clausura, el calvariu la espera, la incertidume del alcuentru, el mieu a volar, el martiriu ensin peineta, na más pueden finar en paz eterna.


    Requiescat in pacem.


martes, 27 de mayo de 2014

Güeyos verdes. "Los relatos del Skanda 18"

Ojos verdes

   Con una taza de chocolate calentando mis manos, apoyado en el corredor y contemplando la levedad de esta lluvia tan fina, voy a contaros la historia, ya tamizada por los años, de un joven que fue hasta el borde mismo de la tierra para escapar de un sino cruel.
    El Cantábrico rugía sin piedad y vomitaba olas de espuma densa como sangre y blanca como nieve. El hombre se quedó varado en la arena, absorta la mirada en el horizonte. Miraba la pequeña embarcación que le salvaría la vida pero solo veía unos ojos verdes que le rogaban escapar. Sentimientos enfrentados. Necesitaba cruzar la frontera si quería vivir, pero no quería vivir sin Ella. Las lágrimas saladas se confundieron con el agua de las olas pero en ningún momento perdieron su valor sentimental. El ruido de todos los mares no hubiera podido mitigar aquel runrún en su cabeza. Fue lo último que oyó.
Ni siquiera notó el plomo penetrando en su cuerpo. La espuma se tornó roja. Solo se acercaron para comprobar que estaba bien muerto y por si las moscas y teniendo en cuenta que les sobraban balas, hacerle un par más de agujeritos.

    El hombre de la barca consiguió escapar gracias a la inoperancia de los asesinos que no tuvieron paciencia para esperar que se acercara un poco más a la playa. Era mi abuelo. El me contó la historia del hombre muerto y de los ojos verdes. El me explicó la suerte que tuvo el hombre de quedar varado en la arena y no enterarse nunca de que tanto su mujer como su hijo nonato ya hacía días que habían dejado de ser la luz de su faro.