Estoy
jodido, muy jodido, la puñetera pescadilla que se muerde la cola me está devorando.
No veo salida de esta cloaca en que se ha convertido mi vida. Apesta. La
patronal está encantada de disfrutar de esta época de mierda. La necesidad hace
que los hombres y mujeres bajen sus miradas al suelo, que asientan sin estar de
acuerdo, que firmen lo impensable y que se dejen sodomizar sin ningún tipo de
lubricante. Es lo que hay. Lo tomas o lo dejas. Es sencillo. Humillante para
unos. Brillante para otros. La verdad es que no te engaña nadie. Te lo dicen a
la cara sin un ápice de rubor. Nadie se pone colorado por vergüenza, solo por
rabia. Esa rabia que te tragas una vez, otra vez y otra y otra… Pero la rabia
no mata al hambre, cosquillea el estómago, hierve la sangre pero no quita
hambre. Tengo el lóbulo parietal lleno de rabia. Vuestra desfachatez ocupa el
occipital mientras que el olor a podrido se aloja en el temporal. Todos mis
lóbulos están repletos, pero al que debéis temer es al frontal. Y no solo al
mío. Somos muchos millones de lóbulos frontales que vamos uniendo líneas y
cuando se junten el hambre, la rabia, la vergüenza, la ignominia, el miedo y la
humillación, mandaremos una orden a nuestros cojones, sonarán los saxofones,
las trompetas y los trombones, encenderemos la mecha y ya no habrá vuelta
atrás.
viernes, 30 de mayo de 2014
miércoles, 28 de mayo de 2014
Bluelluz o Aladino y los cuarenta suaños robaos. Los relatos del 18
Bluelluz o Aladino y los cuarenta suaños robaos
El pote taba saláu. Una escusa, solo una pa
sacar el so rellumante xeniu a pasiar pola casa. Y nun yera precisamente un
xeniu azul Disney, yera más bien colloráu avernu, cornín y con un rabu llargu
ya peludu enllenu de pinchos furruñosos. Nun viaxaba n'alfombres damasquinaes
nin siquiera del Ikea, anque si producía vientu, polvu y fumu a esgaya que facía
orpinar. Y como bon xeniu, tamién tenía daqué de magu, yera capaz de correxir
el color de los güeyos ensin ayuda del Photoshop, solo con afalagos.
L’amor primaveral tiñíu de lluz azul, tornose
en costume, más tarde en plomizu aburrimientu y nun momentu difícil
d'establecer, n'espantu. L’esganu campó por los pasiellos y les habitaciones,
los cristales llancíen, los pexes de colorinos decidieron saltar al vaciu y nun
aguantar más aquella tensión que los afogaba dentro’l agua. Hamelín, el gatu
Bengala, fuxó pola tronera del desván llevándo con él arañes, coroyos ya
cucaraches. El silenciu fízose’l amu del espaciu y les trés almes, la del xeniu
y les dos humanes, debalaben poles estancies como lo que yeren, animes en pena
purgando les sos culpes, más dos tenía munches más que la otra.
La clausura, el calvariu la espera, la
incertidume del alcuentru, el mieu a volar, el martiriu ensin peineta, na más
pueden finar en paz eterna.
Requiescat
in pacem.
martes, 27 de mayo de 2014
Güeyos verdes. "Los relatos del Skanda 18"
Ojos verdes
Con una taza de chocolate calentando mis manos,
apoyado en el corredor y contemplando la levedad de esta lluvia tan fina, voy a
contaros la historia, ya tamizada por los años, de un joven que fue hasta el
borde mismo de la tierra para escapar de un sino cruel.
El Cantábrico rugía sin piedad y vomitaba
olas de espuma densa como sangre y blanca como nieve. El hombre se quedó varado
en la arena, absorta la mirada en el horizonte. Miraba la pequeña embarcación
que le salvaría la vida pero solo veía unos ojos verdes que le rogaban escapar.
Sentimientos enfrentados. Necesitaba cruzar la frontera si quería vivir, pero
no quería vivir sin Ella. Las lágrimas saladas se confundieron con el agua de
las olas pero en ningún momento perdieron su valor sentimental. El ruido de
todos los mares no hubiera podido mitigar aquel runrún en su cabeza. Fue lo
último que oyó.
Ni
siquiera notó el plomo penetrando en su cuerpo. La espuma se tornó roja. Solo
se acercaron para comprobar que estaba bien muerto y por si las moscas y
teniendo en cuenta que les sobraban balas, hacerle un par más de agujeritos.
El hombre de la barca consiguió escapar
gracias a la inoperancia de los asesinos que no tuvieron paciencia para esperar
que se acercara un poco más a la playa. Era mi abuelo. El me contó la historia
del hombre muerto y de los ojos verdes. El me explicó la suerte que tuvo el
hombre de quedar varado en la arena y no enterarse nunca de que tanto su mujer
como su hijo nonato ya hacía días que habían dejado de ser la luz de su faro.
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