miércoles, 24 de octubre de 2012

Hola, me llamo Iñigo Montoya, tu rayaste mi moto, prepárate a morir

Hace años, cuando aún no peinaba canas en mi bigote, después de muchos esfuerzos conseguí reunir el dinero necesario para comprar mi primera moto “gorda”, una preciosa y brillante Dyna, la envidia del barrio. Los primeros días todo fue felicidad, la moto de mis sueños, la chica con la que soñaban todos y pasta en el bolsillo, mi curro me costaba, pero lo había conseguido.
Todo fue bien hasta que un día, un maldito hijo de su putísima madre, queriendo hacerse el gracioso, posó su bota llena de barro sobre el reluciente depósito de mi  máquina. Yo no estaba allí, gracias al destino no lo vi, de lo contrario hubiese acabado en la trena y el rayador en un nicho soleado. Mis amigos me lo describieron bien, grande con la cara muy blanca, una cicatriz en forma de rayo en la frente, tipo Harry Pettas, los brazos tatuados a rodillo, acento extranjero, probablemente inglés. Se marchó cabalgando un viejo y oxidado Shovel.
A partir de aquel día mi vida dio un giro de 180 grados, dejé de ir a trabajar, no volví a llamar a mi chica y no volví a los billares. Mi única obsesión era dar caza al hijo de puta inglés. Fui siguiendo su pista por toda Europa. Cuando conseguía alguna información, siempre llegaba demasiado tarde. Me abandoné, dormía al raso y comía lo imprescindible para seguir odiando. Al parar a preguntar, la gente me miraba con miedo y no es de extrañar ya que tenía los ojos inyectados de sangre y siempre un hilillo de baba colgándome de la boca. La chupa cada vez pesaba más, yo estaba débil, pero lo que de verdad pesaba eran los miles de cadáveres que llevaba pegados. Sus almas libres exigían una venganza, no podían haber muerto por nada. Tenía que encontrar al de la cicatriz.
Seguí durante años el reguero de aceite que iba dejando al pasar y, he de reconocer que después de tantos kilómetros, acabé cogiéndole un poco de cariño a mí adelantado compañero de viaje.
Todo era ya pura rutina hasta que un día miré hacia atrás y me di cuenta de que mí querida Dyna también perdía aceite, los cromados habían dejado de brillar, era vieja y estaba oxidada. Después me miré yo en el espejo de una gasolinera y aunque no perdía aceite como ella, también estaba oxidado, con el pelo mucho más blanco. Había envejecido persiguiendo una quimera.
Una tarde de verano, calurosa y seca, carretera comarcal, las visiones de agua en el horizonte, la garganta seca y un club de carretera anunciado con neones color de rosa. Cerveza y chicas fáciles, ¿a qué más puedo aspirar en mi estado? Intermitente a la derecha, aparcamiento vacío, pulsaciones disparadas, sangre bombeada con violencia. Estaba allí, la vieja del shovel, estaba allí, babeando. Mentalízate, has llegado a tu meta, no des marcha atrás. Entro en el local, un vistazo rápido, algunas chicas jugando en las tragaperras y un solo cliente en la barra, solo, grande, con una cerveza en la mano y un rayo en la frente. Me siento a su lado y me saluda con un movimiento de cabeza. Tiene la cara triste, está llorando, por la pinta lleva llorando muchos años. Habla conmigo se ve que tiene necesidad de desahogar sus penas. Yo no le escucho pero me doy cuenta de
que no tiene acento inglés. Es de un pueblo de Guadalajara. Me da pena pero intento pensar en el rayonazo que le hizo a mi moto y no me acuerdo de cómo era. Pienso en decirle la frase que tengo en la cabeza desde hace tanto tiempo, pero el tipo sigue llorando y pienso en todos los años que llevo viviendo la vida libre, pienso en todo de lo que me libré aquel día aciago del rayón. Todo fue gracias a un tío de Guadalajara que se sentó en mi moto para comprobar si el manillar recto era cómodo y que al posarse y sin darse cuenta rayó el depósito. Y después de tanto pensar miro fijamente a sus ojos y le digo:
- Hola, me llamo Iñigo Montoya, tu rayaste mi moto, hoy la juerga, la pagas tú.


jueves, 11 de octubre de 2012

Cálculo

Tenía la mirada perdida en el infinito, o al menos lo parecía, en realidad estaba ensimismado en las 209 gotas de lluvia que se habían quedado pegadas al cristal.

martes, 2 de octubre de 2012

Arena púrpura en el desierto de los deseos

      Estado de euforia permanente,
sobredosis de setas y alcohol,
es lo único que te queda
borracho por naturaleza.

      Darías lo que fuera por vivir
en estado de orgasmo profundo,
crápula sexual
mente preñada de ocultos deseos.

      Un movimiento maquinal
te impulsa cada mañana
a seguir viviendo
escupiendo sobre mi tumba.