Los números primos se deshacen
los pequeños altavoces del director
desgranan mi nombre con tono aséptico
adiós a los cristales empañados.
En el coche de las porteras
el camino, perturbado
por algo intangible,
resulta oprimente y húmedo.
Los muebles, apilados
en las esquinas,
abriendo paso en el centro
a la caja alargada.
Una polilla danza
al son de las luces de vigilia
y dibuja en el aire
un futuro incierto.
Mi primavera número catorce
no olerá a rosquillas,
no tendrá los días radiantes,
ni las noches cálidas,
ni la sonrisa cándida,
ni sabor a vainilla,
ni el tacto dócil,
ni palabras plácidas.