sábado, 5 de mayo de 2012

LA VIDA ES SUEÑO (2ª parte)


Es una tarde agradable, finales de junio en el mediterráneo, luz asombrosa y miles de estorninos ruidosos desfilando en formación sobre mi cabeza. El taxi que me lleva del Prat al centro de Barcelona huele a incienso. Los efectos de la globalización están invadiéndolo todo.
    Siempre que vuelvo a esta ciudad recuerdo la primera vez que vine hace más de vente años, los últimos coletazos del Sarriá y el enorme concierto de los Floyd. Entonces era un poco más inocente y mucho menos ambicioso. Mi vida era tranquila.
    Paseo de Gracia y a la vuelta de la esquina el hotel Calderón. Siempre procuro alojarme en hoteles de la misma cadena, me encantan los jaboncitos de colores, sobre todo el verde. Subo; una habitación magnífica con vistas a la larga rambla. Coloco el escaso equipaje y abro el pequeño maletín de piel de búfalo. Barajando las posibles opciones, esta noche creo que seré inspector de sanidad.
    La dirección del restaurante está apuntada en un papel arrugado, la memorizo y hago una pequeña hoguerita en el lavabo. Pongo la americana, guardo el revolver en la sobaquera y no puedo resistir la tentación de lavarme de nuevo las manos.
    Bajo en el ascensor pensando que este será mi último trabajo. Como siempre. En la calle la luz traslúcida del atardecer no puede atravesar los cristales de mis Wayfarer. Vuelvo al paseo de Gracia y pienso que ya casi nunca me pongo nervioso. Acaricio las cachas de nácar y repaso el plan.
    Aún hay pocos clientes, algún guiri de los que cenan a la hora de merendar y una larga mesa llena de señoritas disfrazadas con penes de goma por todas partes. No me quito las gafas, me da vergüenza y pido un gin tonic mientras me traen el jamoncito. Qué tontería esto de teñir la ginebra de azul.
    El vino que me recomienda el sumiller es espectacular. Dejo una copita para el postre y con el café saco mi credencial falsa de inspector. Al maître le entra un poco de canguelo, lo intenta disimular pero el bailoteo de sus rodillas y las gotas que perlan su frente le delatan. Es curioso, siempre que utilizo esta identidad aunque el lugar cumpla todas las normas, indefectiblemente se ponen nerviosos. Me guía por el establecimiento, bajamos a la bodega, el almacén, la cocina, cuartos de aseo, la oficina del jefe. Le pido un vaso de agua. Solícito me deja solo exactamente donde quiero estar.
    De nuevo en el hotel. Misión cumplida sin gastar un gramo de pólvora. La caja fuerte era una vieja Wilson que no me puso resistencia alguna. Cuando el inocente encargado llegó con la bebida me despedí dándole la enhorabuena por el local, por supuesto me invitaron a la cena. Es increíble lo que los ricos pueden pagar por una receta de Esqueixada de bacallà.
    La terraza del hotel situada en la azotea es muy agradable, pido una  ginebra. Los ojos de la camarera también son azules. Es curioso, ahora si estoy nervioso.

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