sábado, 5 de mayo de 2012

BUSKAY


Un hombre moreno, con barba poblada y ojos rojos, se agarra con fuerza a la barra del autobús. Soporta los envites de la algodonada carretera pero no los dedos índice levantados de los demás viajeros. No tiene muy claro cuando tomó esta línea y mucho menos a donde se dirige. Sus vecinos están mutilados, algunos no tienen piernas, otros brazos, otros simplemente son un amasijo de carne chamuscada y huesos rotos. Mira hacia abajo y encuentra el suelo inusualmente cerca. Sus piernas no están. Está apoyado en sus costillas. No hay dolor. No hay conductor. En la carretera una señal indica de frente hacia el cielo cristiano, “Welcome” a su cielo. Un frenazo brusco, es su parada. Intenta caminar pero no puede. Se desplaza dejando tras de si un rastro de asaduras. Nota en su nuca las miradas reprobatorias y hostiles de sus compañeros de viaje. Detrás de un aparatoso atril, un hombre viejo y canoso, gordo y barbudo le suelta un discurso de bienvenida. Gracias a ti y a jóvenes como tu, impondremos nuestra realidad como verdad absoluta. Aquí tienes joven mártir tu recompensa: disfrutaras de estas espléndidas 72 hermosísimas vírgenes durante toda la eternidad. El hombre miró hacia abajo y lloró, efectivamente, toda la eternidad.

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