martes, 18 de septiembre de 2012

La niña y el negro Antón

Sentada en la apolillada mecedora heredada de su madre, perdida en sabe dios que pensamientos, la vieja recorría con su ávida mirada todos los rincones de la siniestra habitación. La luz del atardecer, que entraba por la pequeña ventana enrejada, producía un vaivén de sombras que conformaban el único mobiliario del cuarto.
Hace tiempo que se encontraba desorientada, pero estaba segura de no haber estado nunca allí, no recordaba el olor del aire, ni el color de la luz pero su silla era la suya, sus manos también. Alguien comenzó a peinar su pelo. Giró un poco la cabeza y vio a su madre, estaba guapísima, muy joven, con aquel vestido azul que tanto le gustaba cuando era niña. Un amigo de su madre se lo había  traído de Cuba, el negro Antón le llamaban las vecinas al mismo tiempo que decían cosas horribles de su mamá. Nunca comprendió porqué aquellas mujeres despreciaban e insultaban a su madre, para ella era la mejor madre del mundo, la más cariñosa. ¿Jugamos a los colores mami?, cuéntame el cuento de la grulla por favor!! No hablaba, pensaba y estaba extasiada contemplando a su madre. Algo estaba pasando, su madre había muerto hacía muchísimos años, no es posible, mamá...
     De nuevo estaba sola, su mirada perdida no encontraba nada en lo que detenerse, se acordó del día en que su madre murió. Eran muy jóvenes, ella no sabía nada de la vida, se había criado entre algodones soportando con paciencia las ausencias de la madre que siempre volvía con una manzana bañada en caramelo rojo, que rica la manzana!!...
      Sintió un escalofrío, entre las sombras de los barrotes surgió el hombre malo, llevaba el mismo traje de rayas que poblaba sus más oscuras pesadillas desde que era niña. El brillo de la cadena del reloj era terrorífico, el sombrero hongo también y el bigote enroscado hacia arriba... quería gritar pero no le salía sonido alguno, se le acercaba con los brazos extendidos y aquel gesto babeante. Seré una niña buena, haré lo que me pida.... Cerró los ojos y de repente, como si de magia se tratara, sintió un aire fresco en su cara, la vieja estaba en el zoo. La primera vez que fue a ver a los animales la llevaron su madre y el negro Antón, la gente miraba más al amigo de su madre que a los enjaulados, ella no comprendía el motivo, hasta que una niña gritó a todo pulmón ¡¡UN NEGRO!!. Ella no sabía que Antón era negro y no comprendía porque todo el mundo le miraba. Al principio pensó que lo hacían porque era muy guapo, y porque iba vestido con aquel traje de lino blanco y con aquel sombrero de paja, pero no, lo hacían porque tenía la piel más oscura que ellos. Más tarde cuando creció comprendió porque la gente vulgar tiene tantos prejuicios a todo lo que es diferente.
      Se le acercó un avestruz y cariñosamente le acarició el pico,  se dejaba como si fuera un perrito y ella recordó la vez que el negro Antón les llevó a su casa un enorme huevo de avestruz. Estuvieron comiendo tortilla toda la semana y al final tuvieron que tirar una parte porque le empezaron a salir unos pelillos verdes y su madre dijo que eran asquerosos, pero a ella, a la niña, le parecían muy bonitos, muy suaves, eran como un bosque minúsculo. Seguro que en el vivían cantidad de gnomos y hadas.
       Comenzaron a sonar las sirenas, había que bajar al refugio pero aquella estúpida habitación no tenía puerta, la mujer empezó a sudar, ya se oían los primeros estruendos, otra vez esos malditos alemanes, ¿donde está la avestruz?, el aire olía a tierra húmeda, a pólvora y a muerte. Estaba encerrada, solo le quedaba rezar para que no le cayera ninguna bomba, pero tenía un problema, ella no sabía rezar, nadie la enseñó a rezar, su madre siempre le decía que no debía dejar que nadie pensara por ella, tienes que tomar tus propias decisiones, solo tú tienes el poder de decidir si una cosa esta bien o mal hecha, tú eres tu diosa. Ahora quisiera saber rezar, necesitaba algo a lo que agarrarse, algo que le ayudara a no afrontar a solas aquella situación a la que había llegado sin tener la más remota idea del como. Las bombas habían dejado de caer, quizás las enormes bandadas de estorninos que sobrevuelan la ciudad al atardecer se hubieran aliado para luchar en nuestro bando.
El aire vuelve a oler a desconocido, las sombras vuelven a dar miedo por lo que de ellas pueda surgir. La vieja hace años que no se levanta de la mecedora llena de agujeritos.

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