sábado, 9 de junio de 2012

Ensaladera


Hace años, tuve una novia gorda que se reía de mí cada vez que calzaba mis zapatillas pronadoras. Hoy, tirado, cabreado y con el tobillo enyesado, me acordé de ella y de su enorme culo. Tenía fijación por las ensaladas y una mano milagrosa para prepararlas. Siempre les daba un toque ambarino con hojitas de diente de león. Era actriz en paro siempre esperando que la llamaran del último casting. Pensaba que había pocos papeles para actrices “rellenitas” pero no dejaba de comer pasteles. No trabajaba porque estaba gorda. Solo comía ensaladas para no estarlo pero tanto verde le producía ansiedad y hacía que navegara en el sublime mundo de relicarios, bambas, cubiletes, milhojas, acitrones y demás labores glaseadas. Se largó con un cubano moreno y cachudo que la ponía mirando a levante varias veces al día. La última vez que la vi fue en una telenovela colombiana. Parecía feliz haciendo de cocinera.

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