Voy
a contaros la historia del príncipe Grisso Brembo acaecida no hace mucho en un
lugar no muy lejano y con un final del todo inesperado.
Como
jefe mayor de su estado, nuestro amigo tenía muchos privilegios, pero el que
más le gustaba era uno heredado de su querido padre ya fallecido. El señor en
cuestión había impuesto una ley por la cual, todo fabricante de motos que
quisiera vender sus máquinas en el país, debería donar una unidad de cada
modelo a la casa real. Por ello, Grisso había crecido entre rugidos de
motores, manchas de aceite y olor a gasolina y había desarrollado un sexto
sentido en lo que a conducción temeraria se refiere. Era un verdadero
especialista en enduro, trial, grandes recorridos e incluso había participado
de incógnito en alguna prueba del campeonato del mundo de velocidad.
Cuando
cumplió los 35, su país estaba sumido en una gran crisis económica y además su
madre le apremiaba con la necesidad de buscar una novia para poder fabricar
algún heredero.
Con
estas estábamos cuando leyó una noticia inesperada en la prensa internacional.
En un lejano reino invadido desde hacía años por una extraña plaga de
alienígenas verdes con sombreros de charol, había una leyenda que hablaba de la
existencia de una hermosa princesa dormida. El que la despertara, con un simple
beso, heredaría el reino y su inconmensurable tesoro. El problema era llegar a
ella, todos los caminos y carreteras, todos los montes y valles estaban
vigilados por los hombrecillos verdes armados hasta los dientes con unos
diabólicos aparatos que detectaban cualquier tipo de movimiento. Grisso
decidió, como no, realizar el viaje en moto. El problema fue decidirse por cual
llevar.
Entró
en el enorme hangar donde guardaba su magnífica colección y empezó a mirar. La
primera opción fue
Gasolina,
una patada y el fino ronroneo del motor. En marcha.
Atravesó
varios países, unos cuantos miles de kilómetros,
-
A VER....
DOCUMENTACIÓN
PAPELES
DEL VEHÍCULO
¿TIENE
SOPLE
AQUÍ
COMPROBAR
¿CASCO
HOMOLOGADO?.....
Nuestro
amigo, como comprenderéis, no estaba muy acostumbrado a este trato y girándose,
dio media vuelta, se adentró en un bosque y paró en un claro. Sacó el mapa que
llevaba en la alforja y se dispuso a buscar algún camino que le permitiera entrar
en el país sin tener que pasar por aquellos interminables trámites
burocráticos. Encontró, no sin mucho esfuerzo, un paso de montaña en el que
Una
vez dentro tomó la carretera principal y a los pocos metros vió el primer
“RADAR”. Cual sería su sorpresa al ver que nadie le paraba. En el siguiente,
tampoco le pararon, ni en el siguiente, ni en el otro, ni en el de más allá. La
carretera estaba llena de príncipitos parados, con sus flamantes Ferraris,
Lamborghinis, Porches etc. y todos soplando por unos extraños silbatos. Todos
le miraban con envidia y nadie se explicaba porqué a él no le paraban nunca. La
única explicación posible era su montura. Siempre oyó hablar muy bien de las
motos españolas pero jamás pensó que una de 1966 pudiera tener, de serie, un
sistema antirradar.
Y
así fue como, al primer intento, nuestro querido Grisso, llegó ante el lecho de
la princesa durmiente. Era tal el despliegue de riqueza y tal la sublime
belleza de la chica que se abalanzó sobre ella y, cuando sus labios estaban a
tan solo unos milímetros de tocarse, una idea cruzó por su mente.
Si
la besaba, tendría que compartir toda su vida con ella. Cierto es que su
belleza no tenía parangón al igual que las riquezas del país, pero... ¿y si no
le gustaban las motos?
Grisso
se levantó rápidamente, miró a la princesa, miró a la montesa y la duda de a
quién montar duró muy poco.
Poniéndose
el casco se dio el piro sin mirar atrás y nunca jamás se arrepintió de no haber
comido perdices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario