¡Haga el favor de no empujarme más! repetía Don Segundo que era el vecino
que vivía en el cuarto. Don Segundo y otros ocho más se debatían apelotonados en
la ventana del rellano del patio de luces para ver a la mujer del sexto A
envuelta en todo tipo de prendas, enrollada con cuerdas y decorada con pinzas
multiformes. Parecía un rito mortuorio de alguna cultura ancestral de esas que
salen en los documentales. Mary Luz, la criticona del segundo, no paraba de
sollozar, abrazada de forma lasciva al bombero del mes de noviembre. Parecía el
trailer de una película de terror de
serie B. El bombero intentaba liberarse de la presión que la señora ejercía en
sus glúteos, para ello usaba el hacha. La señora tenía la cabeza destrozada, machucada,
pero no se le borraba la sonrisa y no aflojaba un ápice la presión.
Una naranja apareció rodando por
la escalera y todos, incluido el bombero que tenía a una señora pegada a su
culo, se lanzaron a por ella olvidando, por un momento, el cadáver multicolor
que yacía en el patio de luces.
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