Su madre le ofreció una naranja.
Hacía siglos que no veía una, tan redondita, tan naranja. El ímpetu, provocado
por la ansiedad, hizo que el intento de coger la naranja, volcara la jarra de
agua. Esta liberó su contenido y el suelo de madera vieja agradeció el baño ya
que en aquella casa hacía un calor insano. Su madre resbaló, trastabilló, a
duras penas llegó a la ventana entreabierta y no tuvo tiempo de ver ni de notar
como la propia ventana la vomitaba al patio de luces. Mientras la naranja botaba
por el suelo del pasillo, la madre sorteaba grácil y alegremente la ropa
tendida de las vecinas y no se le escapaba una. La del quinto G usa bragas del
primart, la del cuarto no echa lejía a la ropa blanca, el del tercero F tiene
una planta muy rara en la ventana. ¡Adiós Mary Luz!, qué maja es esta señora,
siempre pendiente de todos los vecinos. Al llegar a la altura del primero se
hace la pregunta del millón, ¿cómo podrán vivir en esta oscuridad?
Mientras, el joven persigue a la
naranja escalera abajo.
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