Cuando
se casaron, el hombre tenía muy claro que ella había sido una chica muy
popular, quizás demasiado popular. Sus amigos se lo advirtieron, todos, su
madre, sus vecinos, hasta el cura, pero el amor a veces nos da esperanza y nos
ciega a la vez y además, todos tenemos derecho a una segunda oportunidad.
La
mujer empezó a cantar.
Muy
pronto, nació el primer niño, después la niña y meses después los gemelos.
Todos morenos como su padre.
La
mujer seguía cantando. Los vecinos estaban maravillados con la voz melodiosa y
diáfana que tenía la condenada y de repente nació el quinto, pelirrojo como el
marido de su madre.
Siguió
cantando hasta el día de su muerte.
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