Na mio barca
Llegando al término, a punto de cruzar la meta de mi camino
vital, me siento en mi viejo escritorio de castaño, acaricio mis lápices,
visito los lugares olvidados y como si fueran resina, se anudan en mi aliento y
se disponen en perfecto orden, a mudarse en radiantes surcos de grafito.
Estos
recuerdos acuclillados tras los pilares de mi encéfalo abotargado, contertulios
furtivos de mis sueños, están pujando por emerger, ansían ver la luz de nuevo y
en un tris virtual de claridad etérea, perfilarse en el papel con trazos otoñales.
Los
años cobijan certidumbres saladas, de desconsuelo o de júbilo, pero siempre
saladas. El sal lo impregna todo, aire, arena, agua, hasta el canto de las
sirenas es salado, el nácar de las caracolas, los recuerdos olvidados…
Mis
huesos enmohecidos ya no bogan en línea recta, hace años que voy haciendo eses sorteando
tempestades y calmas. La llama, húmeda desde hace tiempo, se extingue y mi barca
encalla en la fría arena del norte para no volver a navegar jamás.
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