martes, 1 de abril de 2014

Skanda, los relatos del "18"

Skanda

En tiempos inmemoriales una serie de demonios revoltosos y un poco siniestros acorralaron a unos cuantos dioses y los pusieron en un aprieto. Descubrieron muchos secretos y amenazaron con contar las verdades al dios grande, a Shiva. Estos demonios eran Shurapadma, representando el ego, Simhamukha representante de  la ira y Taraka representando la ilusión. Los dioses, que no tenían un pelo de tontos, convencieron a su jefe mediante ladinos ardides de la necesidad de acabar con estos demonios. Shiva, que si tenía varios pelos de tonto, cayó en la mentira y esparció su semilla desde su tercer ojo abrasando a su paso al dios del fuego, Agni, y a la diosa divina, Ganga. Con este esparcimiento espermatozoidal se engendraron seis hijos que se hicieron uno, eso si, con seis caras y doce brazos. Nació de esta manera el dios de la guerra, el comandante en jefe de los ejércitos celestiales que montado en un pavo real y dotado de las armas más mortíferas y eficientes, acabó sin problemas con los demonios chantajeadores. Y su fama fue tal, que otros dioses empezaron a precisar sus servicios. Decían que era tan eficiente porque al ser célibe, encauzaba toda su energía sexual hacia una meta espiritual.
El primer dios en solicitar su buen hacer fue Buda que tenía un pequeño problema con unos chinos que no le dejaban en paz, y allá fue nuestro querido Skanda a lomos de su brioso y colorido corcel a poner paz en el Himalaya. Le siguieron otros dioses, muchos, de todos los colores e ideologías. A todos colmo de alegrías al realizar sus encargos con presteza, premura y mucha eficacia, hasta que cierto día un tal Jesús, dios de los cristianos, le encargó una misión, en principio sencilla. En las lejanas Asturias había una molinera que fornicaba con todo hijo de vecino, igual hombres casados, que mozos solteros, que mujeres licenciosas, frailes, trasgos, diaños y lo que hiciera falta. Skanda, como no podía ser menos aceptó la misión y se presentó un día soleado a la molinera.
-        Hola mujer, soy el dios Skanda y vengo a terminar con tus pecados.
-        ¿Cómo dices que te llamas?
-        Skanda- dijo el dios solemnemente
Y antes de que nuestro dios guerrero se diera cuenta, tenía un chorizo metido en el culo y se asaba lentamente en el horno de la molinera.

El pavo tampoco escapó al relleno.

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